08 junio 2015

El credo


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¿El nublado, el sereno y todo tiempo?

¿El nublado, el sereno y todo tiempo?
 [...] La ventaja, cuando se es Dios, es que se puede fabricar la alegría con cualquier cosa. Incluso en la pena, incluso con el sufrimiento. Es una pena que no sepamos su truco, porque a veces yo me despierto por la mañana con grandes nubes grises y oscuras en la cabeza, imposibles de disipar. Y muchas veces descargan tormentas terribles que inundan los ojos. En esos momentos mamá viene a verme para secar mis lágrimas con su gran sol de ternura. -¿Qué te pasa cielo? Me gustaría decírselo porque a mamá no se le debe ocultar nada, pero no sé qué y cómo decírselo. ¡Lloro en mi corazón, pero no sé bien por qué! Pero así ocurre, de esta manera porque sí; es como si se hubiese arrugado algo en mi interior que acaba por formar un buen lío en mi cabeza. Es como el entusiasmo, no se sabe de dónde viene. Pero con una pequeña diferencia: el entusiasmo ayuda a inventar la felicidad, y es un rato bueno; mientras que la tristeza es como el mal tiempo: cuando se instala, se tiene la impresión de que el sol ha desaparecido para siempre.
Mamá se ríe cuando le hablo de mis nubes gris oscuro. No sé cómo hace pero siempre está alegre. Si fuera un país, sería un país del sur, donde hace buen tiempo cuando en todas partes llueve. Cuando me habla descubre grandes espacios de cielo azul; en poco tiempo llena lo imaginario de colores alegres. Y así te calienta en un instante allí donde dentro de ti hacía frío.
- Todos los días llueve. Pero esto no altera en nada el paisaje. Mira por la ventana ¿Ves el paisaje? Está sumergido en la noche. Mañana estará bañado de luz. Después vendrá el otoño, y la nieve; después las flores se abrirán de nuevo, y por fin, volverá el calor del verano. ¿Qué es lo que ha cambiado? Todo. Nada. “Pues bien, nuestro paisaje interior es algo parecido: hay climas cambiantes, presiones atmosféricas fluctuantes, estaciones que se suceden, cielos y ritmos, de lluvia y de buen tiempo. Hay una perpetua metamorfosis, pero no obstante, nada cambia. Es siempre el mismo paisaje. Siempre eres la misma. Es preciso que te aceptes tanto bajo la nieve como bajo el sol.” Lo mejor de mamá es que enseña a contemplar la belleza incluso cuando no hay nada bello; he comprendido así que una persona es como un paisaje. Si la amas verdaderamente no tienes necesidad de que esté todo el tiempo con el guapo subido para amarla. Un día me encontraba paseando bajo una pequeña nube gris oscura. Era divertido porque tenía la impresión de que me seguía como una corneta, como si estuviese ligada a mí por un hilo invisible. Después de un rato se creó una cierta complicidad entre nosotros, de manera que terminé por encontrarla bonita y gustarme. Y es que se ve a las cosas de otra manera cuando se descubre su belleza. En aquella ocasión me di cuenta de que un lado de la nube era gris oscuro, y el lado vuelto hacia arriba estaba iluminado por el sol. Llueve por debajo, pero allá arriba hay siempre belleza. Esta es la ventaja del Reino de los Cielos: ¡tiene el sol asegurado todo el año! En nosotros ocurre algo parecido. Nuestro espíritu puede quedar fijo en lo bello si está vuelto hacia lo alto, es decir, hacia Dios. Si aprendemos a mirar desde dentro hacia arriba, no tendrá ya sentido hacerlo hacia abajo.
¿Sabes? A menudo estoy enferma. Pues bien, me he dado cuenta de que la única manera de disipar la niebla que se cierne en mi interior es hacer brillar por un momento unos rayos de sonrisa. Tú me dirás que es difícil sonreír cuando se es desgraciada. En efecto, pero se aprende. Y una se da cuenta rápidamente que es todavía más difícil ser desgraciada cuando se sonríe. ¡Eso es!
1.  ¿Cómo es tu paisaje interior?
2. ¿Qué nubes grises hay? ¿Hace sol? ¿Hay muchas estaciones? ¿Cambia el clima con frecuencia?

3. ¿Descubres la belleza de las cosas? ¿Encuentras el lado soleado de las nubes?